Murieron con las botas puestas (They Died with Their Boots On) es una película estadounidense de 1941 dirigida por Raoul Walsh para la Warner Brothers e interpretada por Errol Flynn y Olivia de Havilland. Es una mitificación de la vida del general Custer.
El personaje de George Armstrong Custer, el héroe de Murieron con las botas puestas, es el propio símbolo de Estados Unidos. Es todo al mismo tiempo –y existe la opinión de que tenemos algo de él- una de las figuras más emblemáticas de las guerras indias, un alto personaje en los corredores de la historia estadounidense. En 1970, en el Estados Unidos moderno que, traumatizado por la guerra de Viet Nam no respeta más sus mitos, Arthur Penn nos muestra, en Pequeño gran hombre, a un Custer megalómano y criminal. Búfalo Bill también aparece como un vulgar traficante de pieles y Custer ya no es le héroe inmaculado de la leyenda.
En 1941 era lo contrario: Estados Unidos estaba en pleno sueño. El país sabía que más allá de los mares la guerra devastaba a Europa pero se creía al resguardo del cataclismo mundial. ¿Fue un azar que Murieron con las botas puestas se hubiera distribuido quince días antes del ataque a Pearl Harbor por los japoneses? En este Estados Unidos eufórico la Warner Brothers, que había hecho su especialidad las biografías filmadas (recontemos: Juárez -1937-, El quinto jinete del apocalipsis -1940-, La vida de Emilio Zola -1937-, La historia trágica de Luis Pasteur -1940-), decide llevar a la pantalla la vida del “caballero dorado”. Pero, como le dijo Carleton Young a James Stewart en Un tiro en la noche de John Ford: “En el Oeste, cuando la leyenda rebasa a la realidad, entonces imprimimos la leyenda”. Y es la leyenda más novelesca, la más loca. ¡La menos creíble pero la más exaltante que va a escribir Walsh! El filme será entonces una sucesión de páginas gloriosas, desde West Point a donde Custer llega con el uniforme de charreteras aprobado por Murat, quien es su ídolo y su ideal, hasta Little Big Horn, que será la muerte de Custer y de sus hombres, masacrados por los indios de Crazy Horse (Caballo loco). La guerra de secesión será simbolizada por una serie de cargas de caballería en el curso de las cuales Custer –promovido por error a general de brigada- envía a la masacre a cuatro regimientos cargando con él mismo a la cabeza de ellos. El sueño de Custer es el de “cabalgar al ritmo de los cañones” y Walsh nos entrega algunas secuencias de acción inolvidables especialmente las de la batalla de Hanover, donde asistiremos, no sin cierto cinismo de su aparte, a la masacre de la brigada de Michigan, un cuerpo de elite… Sin vergüenza, Custer envía los regimientos uno tras otro al fuego y la muerte.- el lirismo reside en sus cargas de caballería guiadas por un Errol Flynn desencadenado que se oscurece al principio, con el sable por delante, es al mismo tiempo un intento de horror por la guerra y despilfarro humano.
En cuanto a la batalla final, es una pieza cinematográfica de antología. Algunos años antes Flynn ya había sido el héroe memorable de La carga de los 600 dragones en el curso de la cual encontraría la muerte. Para Murieron con las botas puestasWalsh nos ha dado planos conciliatorios mostrando a los jinetes en vías de cargar y vistas de conjunto impactantes –hecho raro en el cine- que nos permiten comprender la topografía de los lugares y la táctica de los beligerantes. Todo al mismo tiempo, espectador y actores, somos arrastrados a esta batalla de Little Big Horn y asistimos impacientes a la destrucción del 7º. de caballería por los indios y a la muerte de Custer. ¿Cómo olvidar el gesto espléndido de Flynn deteniendo en seco a su caballo que frena en un sitio deslizándose algunos metros, o el último diálogo entre Sharp y Custer. Sharp, el eterno traidor del cine, pregunta nerviosamente a Custer? “¿A dónde va el regimiento?” “Al infierno, Sharp –responde Custer- o a la Gloria. Es cuestión de puntos de vista…”
Pero si el filme eligió idealizar al personaje de Custer de una vez por todas, pasando notoriamente al silencio la masacre del río Washita, cometida por Custer, no es en cualquier caso ni belicista ni racista. Como en el Búfalo Bill de William Wellman (1949), el indio no es el salvaje de piel roja que uno había podido temer, sino una figura noble, víctima todas las veces de traficantes blancos, de la Historia que le vuelve terriblemente anacrónico en un Estados Unidos acechado por el capitalismo. Cierto, Custer aparece como un héroe, pero su enemigo directo, Caballo loco, encarnado con mucha clase por Anthony Quinn quien –subrayémoslo- interpreta igualmente a Mano Amarilla en Búfalo Bill, y no traiciona jamás su palabra ni a sus amigos. El último encuentro de Custer y Caballo loco en Little Big Horn es más una etapa de la historia que una confrontación personal, ninguno de ambos hombres deseaba verdaderamente la muerte del otro (es una marcha inversa a La carga de los 600 dragones). Encarando a Custer con los indios se mueve una banda de políticos, de promotores, de traficantes y arribistas simbolizados por Sharp y Taipe, que ofrecen 10,000 dólares cada año a Custer para asumir un puesto puramente honorífico que les permita el pillaje en Dakota. Custer, que ante esta proposición indigna se contentará con responder: “Estoy listo a empeñar, si me falta el dinero, mi espada y hasta mi propia vida, pero jamás el nombre que llevo”, descubrirá a los vergonzosos traficantes de armas compradas con el gobierno y revendidas a los indios junto con alcohol.
Sospechoso o, cuando menos, parcial hacia el recuerdo de Custer, el filme es un reflejo, quizá trastornado, de los años que van de 1857, fecha del ingreso de Custer a West Point, hasta 1876, el año de Little Big Horn. El drama de la guerra civil aparece con toda su intensidad cuando en West Point se separan los oficiales y los cadetes. El general Sheridan se dirige a todos: “Deploro que nosotros nos dividamos en estas dolorosas circunstancias. Nos hemos convertido en soldados, sin ocuparnos de la política. Separémonos como hemos llegado hasta aquí, decididos a cumplir nuestras tareas, del lado que seamos”, y es entonces que los “caballeros del sur” hacen su movimiento conducidos por Lee, Sheridan hace que toquen Dixie, el famoso aire sureño.
El talento de Walsh aparece entonces tan bien en estas grandes escenas de acción que en los detalles sencillos: las cebollas que disfrutan a la vez Custer, su futura esposa y el general Winfield Scott o el Garryowen, la espléndida canción que se convierte en el himno del 7º. De caballería.
Fogoso caballero, Flynn también resulta fiel a su leyenda de seductor. El personaje de Elizabeth, la mujer de Custer, esta desarrollado de forma magistral por Olivia De Havilland y es –una vez más- la fiel compañera de Flynn. Murieron con las botas puestas sería el último filme que rodarían juntos. Para los autores del libro The films of Errol Flynn, éste último encuentro se hace evidente en la espléndida escena de los adioses de Custer y su mujer que al mismo tiempo resultan los de Flynn y de Olivia De Havilland.
Si la historia hace a voluntad recaer en Custer la responsabilidad de la masacre de Little Big Horn –él habría lanzado a su regimiento al combate sin esperar los refuerzos que le habrían permitido anonadar a las tropas indias- el filme de Walsh sacrifica todo en función del martirio de su héroe y si Custer no esperó los refuerzos, se atribuye al hecho de que los hombres del general Terry habían escapado a la muerte… Pocos héroes son presentados con tanta prestancia como Errol Flynn en Murieron con las botas puestas. Su forma de referirse constantemente a un código de honor personal (“la gloria –dice Custer- tiene una ventaja sobre el dinero. Uno se la lleva consigo al morir”), su odio por la corrupción en la política lo hace un auténtico héroe de leyenda, aquel con quien también se identifica el espectador. Y Walsh no duda en forzar para su héroe las puertas de la casa Blanca, Custer confronta igualmente la corrosión-corrupción de Grant y le habla de soldado a soldado.
La sola muerte de Errol Flynn al frente y al lado del pendón del 7º. De caballería, su sable en la mano, enfrenta una carga de la caballería india que lo barre como una ola, posee a la vez la brevedad y el lirismo de los grandes instantes cinematográficos. Pocos cineastas han tenido, como Walsh, sentido de la epopeya…
Walsh no terminará aquí su filme con la muerte de Custer porque una última secuencia vemos a Elizabeth confundir a Taipe y William Sharp citando el último despacho de su marido, que a la vez resulta un testamento y una interpelación.
Valientemente y más allá el filme está, una vez más, extremadamente próximo al Búfalo Bill de Wellman, Murieron con las botas puestas revela la duplicidad de los políticos que hicieron del lejano oeste un basto campo de batalla. Como con la divulgación de la falsa novedad del descubrimiento de oro que debía permitir a los militares intervenir para forzar a los indios a rebelarse, y es lo que este título hace revelador. Más que un western promedio, Murieron con las botas puestas está construido verdaderamente como un filme histórico en el cual los resentimientos personales de Custer están adheridos a la ganancia de los intereses de la nación estadounidense.
Lo que nos trastorna todavía es esa ternura que Raoul Walsh aporta a su héroe. West Point, la batalla de Hanover, la retoma del mando del 7º. de caballería al ritmo de su Garryowen y Little Big Horn son asimismo episodios épicos en la más bella tradición del cine de aventuras y sí, Walsh ama esta aventura, a la cual dedica uno de sus más bellos filmes, uno siente el romanticismo desesperado cuando Custer dice adiós a su mujer antes de partir a Little Big Horn y a la muerte, y se transforma con murmurar: “Andar por la vida contigo ha sido algo muy encantador…”
FICHA
FICHA
- Duración: 2h 20m
REPARTO
Errol Flynn, Olivia de Havilland, Arthur Kennedy, Charles Grapewin, Anthony Quinn, Gene Lockhart, Stanley Ridges, John Litel, Sydney Greenstreet, Regis Toomey, Frank Wilcox, G.P. Huntley, Walter Hampden, Hattie McDaniel, Joe Sawyer...
Errol Flynn, Olivia de Havilland, Arthur Kennedy, Charles Grapewin, Anthony Quinn, Gene Lockhart, Stanley Ridges, John Litel, Sydney Greenstreet, Regis Toomey, Frank Wilcox, G.P. Huntley, Walter Hampden, Hattie McDaniel, Joe Sawyer...
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