La palabra “Guateque”, en desuso hoy en día, era sinónimo de fiesta. ¿Qué joven de los años 60-70 no ha practicado este tipo de diversión?. Había otro nombre mas familiar para definir estos encuentros entre amigos “Reunión”, que venía a ser lo mismo, el guateque o reunión, no era ni mas ni menos, que la concentración de amigos/as en un lugar determinado, donde pasar la tarde en armonía.
Podríamos catalogar dos formas distintas de celebrar un guateque, los que celebraban las clases pudientes, y los que celebraban las clases medias, y bajas (en esta última se encontraba el que suscribe). Los guateques que celebraban los/as señoritos/as, solían festejarse en los jardines de los chalets, en los que no faltaba su correspondiente catering, pinchos variados, frituras, medianoches, etc, etc. Asimismo las bebidas eran por descontado de marca, pasteles al finalizar la velada, e incluso en muchos casos chapuzón en la piscina, fuera la hora que fuera.
Me gustaría centrar este relato en el tipo de guateque que celebrábamos nosotros, que por otro lado tengo que decir que son los que realmente conozco, nunca he tenido la oportunidad de ser invitado a ningún guateque de alta alcurnia.
Los guateques que celebrábamos nosotros (desde ahora reunión) eran distintos. Para empezar, el punto de encuentro solía ser la casa de alguno que tuviera patio o jardín, o en algunas ocasiones, eran en un garaje o local que se dispusiera. Por esos años abundaban las “pandas” de amigos/as, y a la edad de 14-15-16 años, no te permitían la entrada en ningún local publico (ahora hay locales especiales para esta edad). La forma de expandirse a los que les gustaba el baile era haciendo esas reuniones caseras. Por otro lado nuestros padres no veían mal este tipo de reuniones por lo que, salvo excepciones, permitían hacerlas en su casa.
El ambiente de estas reuniones variaba dependiendo de la época del año, si era verano y se disponía de lugar apropiado, es decir, un patio emparrado, o si era invierno, y se tenía que hacer en un lugar cerrado, de una u otra forma los preparativos serían más o menos como siguen.
Lo esencial era disponer de un tocadiscos, y como es lógico de discos, siempre había algún miembro de la pandilla que tuviera, los discos se aportaban entre unos y otros, pues siempre había preferencias. Por la mañana había que dejar preparado todo, el tocadiscos en su lugar y el altavoz, que solía ser la tapa del tocadiscos, colgado en cualquier lugar. Si procedía se barría y regaba el lugar. Ahora había que preparar el catering, este solía ser modesto, se hacia una recolecta (solo los varones), entre los que fuéramos a acudir a la reunión, aunque siempre había algún invitado de gorra. Nos procurábamos de un barreño de zinc y preparábamos la clásica limonada, vino tinto o blanco, gaseosa, frutas variadas, azúcar, y un “pelín” de canela, !no fuera a ser qué...!, Una vez preparada se traía medía o una barra de hielo, se picaba en trozos, se vertía en la limonada y se tapaba con un saco. La “mandunga” consistía en patatas fritas, panchitos, aceitunas,.... en fin, frutos secos variados.
Pasábamos una tarde de lo más agradable, sin necesidad de grandes parafernalias. Al principio cuando el barreño estaba lleno, música de Los Sírex, Los Diablos, Los Brincos, Los Pekenikes, Formula V, Los Bravos, etc,etc. Cuando empezaba a caer la tarde, y al barreño se le notaba el bajón, música del Dúo Dinámico, Karina, Rafael, Juan Manuel Serrat, Mari Trini, Connie Francis, Salvatore Adamo, por poner algunos.
Finalizada la reunión, aproximadamente sobre las nueve, o nueve y media en verano, tocaba al o a los organizadores de la reunión recoger el cotarro, pues si no, te amenazaban con que era la última vez, había quién ligaba y acompañaba a la chavala a casa, y los demás en pandilla, cada mochuelo a su olivo.
Al principio del relato, al referirme a la edad contemplaba esos 14-15-16 años, que era esa edad de la adolescencia, en la que nos queremos hacer mayores antes de tiempo. Hoy en día esa etapa comienza a los 12, y por desgracia este tipo de diversiones en pandilla no se producen, ¡¡ cuantas parejitas se han formado en estas reuniones !!
Fuente: http://historias-matritenses.blogspot.com.es
Un guateque era una simple reunión de jóvenes de ambos sexos en la casa de uno de ellos, a eso de la media tarde de un sábado o domingo, en aquellos mentados primeros años 60. Época en la que no existían discotecas (hacia mitad de esa década surgieron las primeras salas de juventud) ni lugares donde chicos y chicas entre los quince y veinte años pudieran solazarse un poco bailando al ritmo de las canciones en boga. ¿Quién invitaba? A discreción, claro. Aquel que disponía de una salita capaz de albergar a cuatro o cinco parejas, por término medio. Anfitrión que poseyera además un tocadiscos, que al principio se llamaba "pick-up". O en su defecto, quien fuera el afortunado en tenerlo. Hacia 1965, costaba como mínimo de dos mil a tres mil pesetas. El sueldo medio mensual de un oficinista. Y, claro: se necesitaban discos, aquellos vinilos de cuatro canciones, los denominados Eps. o algunos de larga duración, al principio de ocho temas, luego de doce, los revolucionarios Lps. ("long-playings"). A España llegaron tarde. Los primeros vinilos surgieron aquí hacia 1953. Tener una gramola, término con el que se conocía el aparato reproductor de aquellos discos al principio, reminiscencia de los abuelos, era todo un lujo. Y sólo a mitad de los 60 fue poco a poco popularizándose.
Los guateques comenzaban, ya decíamos, entre las seis y la siete de la tarde de un fin de semana. En torno a una merienda. Los padres de aquel joven que invitaba a sus amigos a la fiesta, antes de salir de casa, ensayaban sus admoniciones: "¡Cuidado con lo que hacéis! ¡Nada de indecencias! ¡Y no os paséis con la bebida….!" Las libaciones consistían en una especie de sangría conocida con el nombre de "cup". Se pronunciaba "cap", claro, sobreentendiendo su origen supuestamente británico. En tierras manchegas, por ejemplo, tenía un nombre más cercano: zurra. Como era bebida dulzona, a las chicas "les entraba bien en el cuerpo". Y ellos, llegados el momento, podían "aprovecharse un poco". Eso sucedía en las postrimerías del guateque, hacia las nueve o nueve y media del festejo, ya con las luces del salón medio apagadas, sonando música lenta. La del "agarrao". Porque al principio el encargado del tocadiscos ponía rock and rolls. Solía ser el más feo (o fea) del grupo. Aquel que menos bailaba. Antes de las diez regresaban los papás. Y el guateque tocaba a su fin. Hubo casos en los que habían dejado a una "carabina": la tía solterona que confeccionaba calceta, jerseys con agujas, elegida como vigilante de la moral para que aquellas parejas no se extralimitaran en toqueteos impuros. Pensar más allá de unos besos, abrazos o roces, era algo que no solía suceder.
Selección musical de Guateques
Hasta aquí la evocación costumbrista de lo que eran los guateques, cuya caducidad llegó ya al comienzo de los setenta, cuando ya había salas de juventud, prólogo de las discotecas que llegaron poco más tarde. La música que Íñigo y Pardo han seleccionado en su triple disco contiene números legendarios. Vayamos con los más movidos. Entre los que citaremos: "América", de Trini López, un chicano que dio la vuelta al mundo con tal tema; "Quince años tiene mi amor", toda una declaración de principios románticos del Dúo Dinámico, para adolescentes, del que también resaltamos su archiconocido "Quisiera ser"; y "La Yenka", un ritmo con el que dieron en la diana los holandeses Johnny and Charley; el repetitivo "Pepito" pachanguero de Los Machucambos. O "Dame felicidad", del primer rockero hispano, de México, Enrique Guzmán, el mismo del sensacional "Adiós, mundo cruel". Y Los Mustang, otros versioneros de oro, con "Quinientas millas". Hay en estos tres discos que nos ocupan más joyas melódicas, aquellas piezas lentas que nos permitían entrelazarnos chicos y chicas: el “Ma vie” de Alain Barriére; o “Las palmeras” del argentino Alberto Cortez, especie de moderno bolero; la universal “Ramona”, de los Blue Diamonds, creadores también de “Que te deje de querer”; “Natalíe”, de Gilbert Bécaud; “Fanny”, de Leo Dan; “Rogar”, la estupenda versión que en español hicieron Los 5 Latinos, de Los Platters originales; “Il mondo”, de Jimmy Fontana, que nos permitía acercar nuestras mejillas al amor de turno; o “La noche”, del belga Salvatore Adamo, tan versionado por Raphael, de quien era asimismo “Cae la nieve” ; “Ho capito che ti amo”, de un italiano que se pegó un tiro en el Festival de San Remo, Luigi Tenco; y para no hacer interminable la lista, otros éxitos de Mina, Peppino di Capri, Cliff Richard, Sylvie Vartan, Bobby Darin, Paul Anka, Richard Anthony, Bobby Solo, Nico Fidenco…
Abundan los baladistas italianos, que estaban en auge aquella inolvidable década. Impagable selección la de aquellos guateques, que hoy empañarán de nostalgia, de emoción y placer a quienes los recuerden, y a los hijos y nietos que quieran ahora saber cómo se divertían sus padres y abuelos en sus tiempos juveniles. Un ejercicio de añoranzas, pero con la certeza de que, aquella música…. ¡era maravillosa!
Fuente: http://www.libertaddigital.com/chic/vida-estilo/2015-03-07/recordando-los-guateques-de-los-60-1276542490/
IBIZA
Cuando proponíamos un guateque a nuestro circunspecto progenitor, invariablemente nos mandaban a negociar con nuestras madres que en estas lides tenían la última palabra. Afortunadamente, ellas estaban siempre en la higuera, convencidas de que lo nuestro era un bailongo de andar por casa y con mucho menos peligro que las boîtes que tenían como lugares de perdición. Era el caso de ´La Oveja Negra´ o ´La Cueva´, en Ibiza, o la ´Isla Blanca´ y ´La Bolera´, en San Antonio. «En casa, ya se sabe, los chicos están recogidos –comentaban con sus amigas– y sabemos lo que hacen». Pero lo cierto es que no lo sabían. La estrategia de los guateques era sencilla, pero muy elaborada. Se trataba de seguir a rajatabla tres pautas que demostraron ser infalibles.
En primer lugar, conseguir que los sandwiches disimularan el alcohol que mezclábamos a chorro con un tinto peleón, limonada o cualquier otra bebida dulzona y gaseosa, mejunje que si entraba bien, tumbaba mejor; en segundo lugar, era imprescindible actuar con nocturnidad, arrancar la fiesta con las últimas luces y dejar que la complicidad de la noche nos ayudara con sus sombras; y por último, convenía empezar la fiesta con músicas rápidas y estridentes que permitieran romper el hielo y nos cansaran el esqueleto –twist, yenka, charleston, rock-and- roll, foxtrot, cha-cha-chá, etc.–, para seguir con piezas melancólicas y lentas que, con el pretexto de darle un descanso al body, nos permitieran bailar agarraos, es decir, pegados como lapas a la compañera de turno.
Besos furtivos
Fueron días de besos furtivos y de felices tocamientos que luego teníamos que declarar en la fiscalía inevitable del confesionario, a poder ser, de un cura sordo. Hoy, en nuestra memoria, aquellas fiestas son como una película que recordamos con un punto de nostalgia y ternura. Después, en los años cincuenta, la CBS sacó al mercado el long-play o disco de larga duración que, en vez de girar como el más antiguo, de 78 revoluciones por minuto, lo hacía a 33 sobre carriles más finos que llamábamos ´microsurcos´. Fue cuando tiramos a la basura por inservibles los viejos gramófonos de nuestros padres y compramos un revolucionario artilugio que inundó el mercado, el pick-up, el mejor aliado que tuvimos en nuestros inflamados combates amatorios.
Fueron días de besos furtivos y de felices tocamientos que luego teníamos que declarar en la fiscalía inevitable del confesionario, a poder ser, de un cura sordo. Hoy, en nuestra memoria, aquellas fiestas son como una película que recordamos con un punto de nostalgia y ternura. Después, en los años cincuenta, la CBS sacó al mercado el long-play o disco de larga duración que, en vez de girar como el más antiguo, de 78 revoluciones por minuto, lo hacía a 33 sobre carriles más finos que llamábamos ´microsurcos´. Fue cuando tiramos a la basura por inservibles los viejos gramófonos de nuestros padres y compramos un revolucionario artilugio que inundó el mercado, el pick-up, el mejor aliado que tuvimos en nuestros inflamados combates amatorios.
En nuestra pandilla, tuvimos tres casas para refocilarnos con las amigas del alma. Una era el chalecito de ´las Cañadas´, en la avenida de Ignacio Wallis, junto a la clínica del doctor Alcántara, ya desaparecida, donde tres amigas catalanas y su hermano Fernando pasaban los meses de verano. La segunda pista de baile la tuvimos en el edificio de Obras del Puerto, frente al Martillo, donde Enrique Alonso Palomo, hijo del ingeniero de caminos, canales y puertos y compañero de pupitre en el instituto, nos facilitaba una terraza con vistas sobre la bahía, que era un excelente escenario para nuestras ingenuas fechorías. Y el tercer ámbito de jarana –el mejor de los tres, con diferencia– estuvo en el chalet que otras tres hermanas catalanas, las Cava de Llano, tenían en Talamanca. Allí el proscenio era insuperable con la playa al pie, la luz de la luna que rielaba en el agua y la plataforma de baile adornada con débiles farolillos de verbena.
Sonoro tortazo
El éxito estaba cantado, eso sí, siempre que no pilláramos una melopea y quedáramos –cosa que solía ocurrir– fuera de juego. Dicho así, parece que los chicos éramos unos desalmados, gente canalla, pero nada más lejos de la realidad, porque las chicas no tenían un pelo de tontas y dominaban el arte de colocar el codo sobre nuestro pecho a guisa de infranqueable parapeto. Y si no bastaba, nos llegaba un sonoro tortazo.
El éxito estaba cantado, eso sí, siempre que no pilláramos una melopea y quedáramos –cosa que solía ocurrir– fuera de juego. Dicho así, parece que los chicos éramos unos desalmados, gente canalla, pero nada más lejos de la realidad, porque las chicas no tenían un pelo de tontas y dominaban el arte de colocar el codo sobre nuestro pecho a guisa de infranqueable parapeto. Y si no bastaba, nos llegaba un sonoro tortazo.
La prueba, en todo caso, de que aquellos ligues eran menos malos que nuestras primarias intenciones la tenemos en el hecho de que en aquellos guateques –en los que bailábamos con todas, pero sobre todo con una, nacieron parejas que hoy tienen nietos. Así que bien está lo que bien acaba.
Aquellos ingenuos y festivos encuentros nos recuerdan las canciones y voces que entonces nos hacían soñar. En el tocadiscos se sucedían Los Cinco Latinos, José Luis y su guitarra con ´Mariquilla´, los Platters con ´Only you´ y ´El humo ciega tus ojos´, Karina, Marino Marini, Renato Carosone que cantaba ´Maruzella´, ´Piccolisima serenata´ y ´Torero´ que era un divertido cha-cha-chá. El Dúo Dinámico, Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, a los que conocimos en Ibiza cuando actuaron en Mar Blau, que nos encandilaban con ´Hello, Mary Lou´, ´Oh, Carol´, ´Perdóname´ y ´Quince años tiene mi amor´. Doménico Modugno cantaba su histórico ´Volare´ que arrasó en el festival de San Remo y de Francia nos llegaba Edith Piaf con ´Milord´ y ´Je ne regrette pas´, mientras Gilbert Bécaud nos mecía con ´Maintenant´. Para entonces, si no teníamos a nuestra compañera de baile en el bote, se imponía cambiar de pareja.
MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ
Fuente: http://www.diariodeibiza.es/pitiuses-balears/2014/08/24/guateques-ibicencos/715043.html
Genial!
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